Specialists in oral translation services

Friday, December 4, 2015

Our voice is a sponge for our emotions/La voz es una esponja de nuestras emociones (en español abajo)

Conference Interpreter

Conference interpreting is usually performed sitting down, so while it can certainly be mentally exhausting, we don’t often think of it as a physically demanding profession. However, when it comes to the voice – one of our main working tools - interpreters need to be fit enough to run a marathon, while sounding calm and collected from start to finish.

As communication professionals, interpreters need to maintain their voice in excellent working condition throughout their career, and to control its sensitive mechanisms to avoid unwittingly conveying any personal emotions or tension.

This month, AIB has been talking to Helena Cabo, a singer, vocal coach, and lover of oral communication as it interweaves the more technical and physiological aspects of the voice with the emotional web of what we are and what we want to say.

Q. How important is it to train and exercise the voice?
A. Can you imagine a pianist who isn’t familiar with the shape or workings of her piano? A climber who doesn’t look after his ropes? An actor who doesn’t think about her characters’ emotions? A child who just wants to play and never sleep?

Our voice very often reminds us that it is good to train, know, look after, feel emotion and rest it wisely.

Q. What does your job involve?
A. My work is about helping people to be more familiar with their voice, to get more out of it, know how to take care of it, and cope with their everyday situations. The techniques I teach remind the body what it already knows, and they’re simple and efficient. As is often the way in life, it’s not about doing more, but rather doing just enough to get optimum results.

Q. How does the voice work?
A. The voice is a beautiful instrument – highly sensitive and powerful at the same time. The physiological mechanism of the larynx is extremely complex, even more than the heart. It’s fascinating to feel how each of the sounds we make is a balancing act between ligaments, cartilage, muscles, air… Being aware of those movements allows us to use our voice with enhanced control and precision. It’s an experience that requires training and calm, but knowing what we’re doing gives us greater peace of mind.

Q. Like all human beings, interpreters endure tiredness, tension, nerves and other emotions that they must not convey to their listeners. How can we make sure our voice doesn’t sell us out?
Our voice is a sponge for our emotions. This makes the human species unique, but at times it really doesn’t work in our favour. In stressful situations, the body tends to protect itself by closing up. However, that closure has a direct impact on the larynx and therefore on how our voice works. There are some very effective tricks to learn how to get around that – you’ll have to come and see me to find out what they are.

Q. Should we do anything in particular to look after our voice?
A. Be happy! Dance! Laugh a lot! Sing! Have siestas and sleep with gay abandon! It might seem silly, but it’s actually really effective. Our voices are inextricably linked to our feelings, as well as to how we move, what we eat, how we sleep, and what our outlook on life is.
If we look after our life, we’re looking after our voice. But we can also learn to know our voice better. Know and feel its boundaries. Be aware of what we’re doing and what we’re not doing when we speak. Last but not least, find and practice techniques that help to give us the voice we need and want.

Q. What are the features of a pleasant sounding voice?
A. Tricky question! It depends on where you live, the context, the space, what you’re doing… Every culture has its sounds; every city, town, family and person perceives them in her own way. For me, pleasant sounding voices are my daughters telling me a story.


For more info, contact:

helcabila@yahoo.es 
T +34 639 29 28 48 

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- Singing:
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- Intensive voice coaching classes:
http://www.porta4.cat/web/ca/2015/10/intensivos-de-voz-con-helena-cabo/

- Family music project:
http://cantemenfamilia.blogspot.com.es/



“La voz es una esponja de nuestras emociones”

Intérprete de conferencia

La interpretación de conferencias es una actividad que normalmente se realiza sentado en una silla y, aunque claramente pueda ser agotadora a nivel mental, no se suele considerar como una profesión que requiera un gran esfuerzo físico. Sin embargo, una de nuestras herramientas de trabajo principales es la voz y aquí los intérpretes tienen que estar suficientemente en forma para poder correr una maratón y sonar tranquilos y serenos desde el principio hasta el final.

Como profesionales de la comunicación, los intérpretes necesitan mantener su voz en excelentes condiciones a lo largo de su carrera y además controlar sus mecanismos sensibles para evitar transmitir cualquier emoción personal o tensión.

Este mes, AIB ha tenido la oportunidad de entrevistar a Helena Cabo, una cantante y profesora de voz hablada y cantada, amante de la comunicación oral entendida como conjunción entre los aspectos más técnicos y fisiológicos de la voz y del entramado emocional de lo que somos y queremos decir. 

- ¿Qué importancia tiene trabajar y entrenar la voz?
¿Os imagináis a un pianista que no conozca qué forma tiene su piano ni cómo funciona? ¿Un escalador que no cuide el estado de sus cuerdas? ¿Un actor que no tenga en cuenta las emociones de sus personajes? ¿Un niño que solo quiera jugar y no dormir?

Muchas veces nuestra voz nos recuerda que es bueno entrenarla, conocerla, cuidarla, emocionarla y dejarla descansar de forma inteligente.


- ¿En qué consiste tu trabajo?
Mi trabajo consiste en ayudar a la gente a conocer mejor su voz, a sacar más partido de sus posibilidades, a que la pueda cuidar y manejar en su día a día. Las técnicas que enseño recuerdan al cuerpo lo que ya sabe y son eficaces y sencillas. Como muchas veces en la vida, no se trata de hacer más, sino de hacer lo justo para conseguir el máximo resultado. 

- ¿Cómo funciona la voz a nivel fisiológico?
 La voz es un precioso instrumento muy sensible y potente a la vez. El mecanismo fisiológico de la laringe es muy complejo, más que el del corazón. Es apasionante notar como cada uno de los sonidos que emitimos implica un juego de equilibrio entre ligamentos, cartílagos, músculos, aire,... Percibir esos movimientos permite manejar nuestra voz con más control y precisión. Es una experiencia que precisa de entrenamiento y calma pero saber lo que estamos haciendo nos proporciona serenidad.

- Como cualquier ser humano, los intérpretes pueden sufrir cansancio, tensión, nervios y otras emociones que no deben transmitir a sus oyentes... ¿Cómo podemos evitar que la voz nos ‘delate’?
La voz es una esponja de nuestras emociones. Esto nos hace únicos como especie humana pero no siempre juega a nuestro favor. El cuerpo, ante una situación ‘estresante’, tiende a protegerse cerrándose. Sin embargo, este cierre afecta directamente a la laringe y, por lo tanto, a la emisión de la voz. Hay trucos muy efectivos para aprender a evitar ese cierre...tendréis que venir a verme para descubrirlos. 


- ¿Debemos hacer algo especial para cuidar la voz?
¡Ser feliz! ¡Bailar! ¡Reír mucho! ¡Cantar! ¡Hacer siestas y dormir a gusto!
Parece una broma, pero realmente es muy eficaz. Nuestra voz tiene una relación muy íntima con lo que sentimos. También con cómo nos movemos, lo que comemos, cómo dormimos y la visión que tenemos de nuestra vida.
Si cuidamos de nuestra vida, cuidamos de nuestra voz. 

A la vez, podemos aprender a conocerla mejor. Conocer y sentir sus límites. Detectar lo que hacemos y lo que no hacemos cuando hablamos. Y finalmente encontrar y practicar técnicas que nos ayuden a tener la voz que necesitamos y queremos.


- ¿Cuáles son las características de una voz agradable de escuchar?
¡Uf! Depende de dónde vivas, del contexto, del espacio, de la acción que se realiza,... Cada cultura tiene sus sonidos; cada ciudad, pueblo, familia y persona los percibe a su manera. En mi caso, una voz agradable es la de mis hijas contándome un cuento.

Para más información contactar con:

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Friday, November 6, 2015

Los idiomas y la saña



Intérprete de conferencia



¿Qué es mejor: exponerse al ridículo por no hablar inglés o hacer el ridículo por hablarlo mal? De un tiempo a esta parte, se estila mucho en las redes sociales y en los medios más convencionales burlarse de los políticos (entre ellos, tanto el actual presidente del Gobierno como el anterior) por no saber inglés y depender de los intérpretes en las reuniones internacionales. Por otra parte, también se hace mofa cuando el personaje en cuestión se esfuerza por usar el inglés y el resultado no es muy feliz (véase el famoso meme del relaxing cup of café con leche). A todo ello se suma el clamor público por los errores cometidos por intérpretes en situaciones de cierto relieve (los dos últimos casos, el de la intérprete profesional de Obama en su comparecencia ante la prensa con el Rey y el del posiblemente improvisado intérprete del partido Valencia-Gante).

La burla al cargo público por su desconocimiento del inglés me parece errónea y sumamente injusta, sobre todo si proviene de periodistas o comentaristas que escriben o hablan mal su propio idioma. Si un político es incompetente, ningún idioma extranjero del mundo remediará su incompetencia. Si es competente, del todo o a medias, y no está muy dotado para aprender idiomas, dudo que le compensen mucho las horas dedicadas a pasar de un nivel de inglés A1 o A2 (según el marco común europeo de referencia) a un nivel B1 o B2, ya que incluso con un nivel C2 se puede incurrir ocasionalmente en contrasentidos importantes sin percatarse de ello. ¿No sería preferible que dedicara su tiempo a mejorar sus habilidades en otras materias que le competen de forma directa?
En realidad, la persona sagaz con responsabilidades, incluso si tiene cierto dominio del idioma de su interlocutor, sabe hacer un uso inteligente de la interpretación, si dispone de ella: por una parte, puede hablar tranquilamente su propio idioma, con pleno dominio del mensaje, si se le brinda esa posibilidad; por otra parte, si la interpretación es en modalidad consecutiva, puede escuchar cómo se le interpreta y valorar la calidad, interviniendo tan solo si hay problemas. El intérprete profesional le proporciona algo más de tiempo para reaccionar y, a veces, la oportunidad de apreciar un matiz que se le había escapado al escuchar el discurso original.

En cambio, ¿qué se demuestra, exactamente, al no ponerse los auriculares cuando no se domina el idioma del interlocutor? Por lo general, una necia autosuficiencia. También se demuestra que la comunicación multilingüe no importa lo bastante como para recurrir a los profesionales de este tipo de comunicación, mientras que se suele recurrir sin tapujos a profesionales para redactar notas de prensa o discursos, incluso en la lengua propia. En la medida en que el orador tenga cierto poder, hará mejor en incidir en cómo se contrata a los intérpretes y con qué criterio.

En cuanto al intérprete, también es un ser humano y también puede equivocarse: es evidente. El buen profesional se diferencia del mediocre y del malo, entre otras cosas, por la menor frecuencia de sus equivocaciones (entre otras cosas, porque se prepara sistemáticamente, sin dar una reunión por poco importante o por ser, supuestamente, «fácil»); además, comete poquísimos errores graves y suele percatarse de ellos a tiempo para corregirlos, a ser posible de forma discreta, para que el oyente pueda seguir centrado en el discurso. Aun así, un error en una situación pública que dura dos minutos puede borrar de un plumazo toda una carrera de interpretación de calidad.

En todo caso, si falla el intérprete, no es culpa del orador por no hablar idiomas, aunque alguna vez sí por no darle los medios necesarios para hacer bien su trabajo. Así, el orador avezado procura asegurarse de que el intérprete reciba su discurso con antelación, si lo va a leer, o proporciona al intérprete material para prepararse antes de enfrentarse a una rueda de prensa. Si el orador es un político inteligente, compartirá con su intérprete el mismo dossier que le han recopilado sus asesores, ya que el intérprete está obligado al secreto profesional.

Por su parte, el organizador competente de ruedas de prensa evita recurrir a estudiantes a medio formar o a conocidos «con idiomas» y también vela por que los medios técnicos, la ubicación del intérprete y la documentación sean adecuados. Cuando se cumplen todas estas condiciones, el intérprete profesional asume su responsabilidad por los errores cometidos; cuando no se cumplen, solo puede asumir la parte que le corresponda (y que, desde fuera, puede ser muy difícil de valorar).

Por último, y volviendo al orador, cuando éste solo posee un dominio limitado del idioma de sus interlocutores le conviene mucho dejarse asesorar por alguien que domine la lengua, el tema y el tipo de reunión: un asesor receptivo con visión crítica suficiente como para ayudarle a adaptar el discurso a su capacidad de expresión real, rehuyendo tanto el perfeccionismo como el histrionismo o el “todo vale”. Un asesor que le recuerde que, si en la reunión hay intérpretes (aunque no vayan a trabajar a partir del idioma del orador), conviene facilitarles la tarea de trasladar su discurso a todas las personas que desean escucharlo.

Tuesday, October 6, 2015

Si no hi veig no hi sento o com sobreviure a certes experiències d’interpretació en cabina/Cuando no veo no oigo O cómo sobrevivir a determinadas experiencias de interpretación en cabina



per Mireia Bas





Si mai us heu hagut de col·locar uns auriculars per tal de poder seguir les intervencions pronunciades en una llengua estrangera durant una conferència és possible que us hàgiu preguntat d’on venia aquesta veu que us parlava a cau d’orella. Potser us heu girat o heu alçat la vista i heu descobert que la veu pertany a un ésser humà, present físicament a la sala. Heu entrellucat la seva silueta darrere del vidre d’una mena com de gran peixera, allà dalt, a la paret lateral de la immensa sala d’actes d’un palau de congressos. O bé l’heu vist agitar-se en l’escàs espai d’un estrany habitacle instal·lat al fons de la sala. Sí! Heu descobert la cabina, l’amagatall d’aquest misteriós ésser que hi és i no hi és, l’intèrpret, el “traductor” com se’ns sol anomenar erradament.

Avui ens acostarem a la cabina d’interpretació i, en general, a l’entorn físic de treball de l’intèrpret, amb el propòsit d’il·lustrar per què les condicions materials – acústiques, visuals etc.- en què es desenvolupa la nostra feina té més importància de la que podria semblar a primera vista.

I és ben oportú esmentar la vista en aquest context, perquè us faríeu creus de la quantitat d’informació que ens entra pels ulls quan estem escoltant! Hi ha gestos, mirades, expressions facials que ho diuen tot, o gairebé tot, i això tant s’aplica a les situacions quotidianes com a un debat entre experts. Us heu adonat mai que el sentit d’una mateixa frase pot ser diferent segons si ens adrecem a una persona o una altra en una banal conversa? Per això a un intèrpret li pot resultar crucial saber cap on gira la cara un dels participants d’una taula rodona. No només quan acompanya les seves paraules de gràfics o imatges projectades sobre una pantalla, ens cal veure i no tan sols sentir l’orador.

Sovint es recalca que el traductor i l’intèrpret treballen amb materials diferents: la paraula escrita o l’oral, respectivament. Però en última anàlisi la més important de les diferències entre la traducció i la interpretació se situa en la dimensió temporal. La interpretació és una tasca que té lloc en directe, enmig d’una situació que és viva, dinàmica, que evoluciona davant dels nostres ulls i té un resultat incert. Quan estem interpretant, a les paraules i les frases que es van succeint en la dimensió “plana” del discurs estricte, s’afegeixen tots els elements que aporta la interacció directa, la immediatesa i l’espontània evolució de la comunicació entre els interlocutors.

Així doncs sentir-hi bé és una condició necessària però no  suficient per a la nostra tasca i la primera característica que han de complir les cabines d’interpretació és la d’estar correctament situades: en un lloc que permeti tenir visibilitat sobre la sala.

Recordo el cas d’un edifici barceloní dotat de sala d’actes. Tenia una cabina d’interpretació, però estava incomunicada visualment; per a més ironia era adjacent a la sala: et trobaves treballant castigat de cara a la paret quan només hauria calgut practicar-hi una finestra i posar-hi un vidre. Quina llàstima que l’arquitecte d’aquest edifici, que era nou de trinca quan hi vaig treballar, no hagués consultat la norma ISO corresponent a les cabines d’interpretació, que n’especifica les condicions de visibilitat, com també d’accés, dimensions, il·luminació, ventilació, aïllament acústic, etc.

Penetrem en aquest habitacle: què hi trobarem? D’entrada un taulell i unes cadires, si tot va bé. Cal precisar “si tot va bé” perquè de vegades et pot passar que hi falti l’indispensable seient i calgui anar a corre-cuita a demanar a l’organitzador que te’n procuri algun. Damunt del taulell hi haurà unes ampolles d’aigua, un llum, potser dos, i una cosa indispensable: les consoles d’interpretació, amb els micròfons i els auriculars com a elements més visibles.

Podria semblar obvi dir que hi ha d’haver una consola per intèrpret, atès que la situació més habitual és que no treballem sols. Amb tot recordo una reunió en què vam tenir la sorpresa de trobar una sola consola a la cabina. Era una mesura d’estalvi pressupostari pròpia de l’època de les retallades? Algú devia pensar que atès que els dos membres del tàndem treballen alternadament, només calia un sol aparell amb el corresponent micròfon; i que n’hi havia prou que cada intèrpret pogués escoltar els debats connectant els seus auriculars a cadascuna de les dues entrades previstes per a l’efecte, a una banda i l’altra de la consola. Era una situació insòlita que em va permetre de viure una experiència inèdita per a mi.

Mentre esperàvem que el responsable de la sala ens procurés la segona i indispensable consola (dintre de tot estàvem de sort: era un dia feiner), la meva col·lega i jo vam haver de fer la primera part de la jornada en aquestes curioses condicions de treball. Vaig començar jo i, acabat el meu torn, vaig cedir el micròfon a la meva col·lega. No van passar ni tres segons quan vaig fer un bot damunt de la cadira: era perquè ella havia alçat considerablement el volum d’entrada per a treballar al nivell que li resultava còmode. Malgrat que era excessiu per al meu gust (acostumo a treballar a un volum moderat) no vaig tenir més remei que acomodar-m’hi perquè tampoc no era qüestió de treure’s els auriculars: seguir el transcurs de la reunió, tot i que no estiguis al peu del canó, és indispensable si no et vols trobar perdut quan et torni a tocar a tu.

Però de lluny la situació més surrealista a què m’he hagut d’acomodar, tant sí com no, amb risc de la meva salut física i mental, és la que vaig viure en ocasió d’una important reunió internacional celebrada fa vora un any al palau de congressos d’una capital catalana el nom de la qual no seria oportú citar.

La conferència era de les grosses, amb diverses reunions que tenien lloc simultàniament en diferents sales de l’edifici. A banda de les sessions plenàries a l’auditori principal, la major part de les reunions que vaig cobrir tenien lloc en una sala secundària. Per a arribar a les tres cabines de què estava equipada, calia pujar per un tram d’escales al qual s’accedia per una porta situada al costat dels lavabos corresponents a aquella ala del palau. No hauria calgut esmentar aquest detall si no fos que des de les cabines, situades ben bé al damunt dels serveis, sentíem constantment el soroll de la gent que entrava i sortia, tirava la cadena o s’eixugava les mans amb els sorollosos aparells que escupen aire calent a pressió.

Però el pitjor no era això. Al capdavall, les anades i vingudes dels participants cap al lavabo es concentraven a l’estona inicial i final de cada sessió de treball. De lluny els nostres pitjors maldecaps al llarg de tots els dies que va durar la conferència van ser la disposició de les cabines (les tres seguides, separades amb envans i comunicades entre elles per mitjà de portes) i la seva manca de ventilació, una fatídica combinació de factors amb nombroses conseqüències com seguidament podrem apreciar.

Procuràvem deixar la porta d’accés de baix oberta perquè ens arribés una mica d’aire. Tot i que també arribaven els sorolls ja descrits procedents dels serveis, això sempre és millor que l’asfíxia. Aquesta estratègia de supervivència es completava amb un enginyós joc de portes, com en les millors comèdies teatrals.

Com hem dit, les tres cabines estaven en fila, sense una entrada independent. Els companys de l’última cabina, per exemple, havien de creuar la primera i la segona per arribar fins a la seva. Un cop allà procuraven no moure-se’n i així no molestar amb anades i vingudes la resta de l’equip; miraven de no beure gaire aigua per tal de mantenir la bufeta buida tant de temps com fos possible. Entre cabina i cabina, l’aïllament acústic era escàs si tancàvem la porta que les comunicava, i nul·la si la manteníem oberta amb la sana intenció de no morir ofegats. Així doncs, vam acordar que la cabina anglesa –que tenia menys càrrega de treball- seria la del mig: quan no havien d’interpretar, podrien mantenir la segona porta oberta i evitar que els companys de la cabina del fons es trobessin permanentment enclaustrats.

Davant d’aquestes tribulacions la visibilitat escassa semblava una dificultat menor. El vidre ens quedava massa amunt: asseguts, vèiem tan sols el sostre de la sala; si volíem veure la cara de l’orador no teníem més remei que aixecar-nos de la cadira. La famosa cadira! Potser l’arquitecte no hi havia pensat... 


Amb aquestes ratlles espero haver sabut explicar que si els intèrprets demanem condicions de treball correctes no és en absolut per caprici sinó perquè volem concentrar tota la nostra energia i tenir els sentits enfocats a la nostra tasca, en benefici dels que ens escolten. I acabaré dient que malgrat tot, la interpretació d’aquell congrés va ser un èxit gràcies a l’enginy, la professionalitat i l’esperit d’equip dels intèrprets, que no vam caure en el desànim ni el mal humor. Únicament vam acabar molt cansats.

Cuando no veo no oigo
O cómo sobrevivir a determinadas experiencias de interpretación en cabina

por Mireia Bas

Si alguna vez se ha visto en la necesidad de ponerse auriculares para poder seguir las intervenciones pronunciadas en una lengua extranjera durante una conferencia es posible que se haya preguntado de dónde procedía esa voz que le susurraba en el oído. Quizá volvió la vista atrás y descubrió que la voz pertenecía a un ser humano, presente físicamente en la sala. Tal vez entreviera su silueta detrás del cristal de una especie de pecera, allá en lo alto, en la pared lateral de la inmensa sala de actos de un Palacio de Congresos. O le vio agitarse en el reducido espacio de un peculiar habitáculo instalado en el fondo de la sala. ¡Ahá! Había dado con la cabina, el escondite de ese ser misterioso que está y no está, el intérprete, o “traductor” como a menudo erróneamente se nos denomina.

Vamos a acercarnos hoy a la cabina de interpretación y, en general, al entorno físico de trabajo del intérprete, con el propósito de ilustrar por qué las condiciones materiales – acústicas, visuales etc.- en las que se desarrolla nuestra labor tiene más importancia de la que podría parecer a primera vista.

Y es de lo más oportuno mencionar la vista en este contexto. ¡Parece mentira la cantidad de información que nos entra por los ojos cuando estamos escuchando! Hay gestos, miradas, expresiones faciales que lo dicen todo, o casi todo, lo que es aplicable tanto a las situaciones cotidianas como a un debate entre expertos. ¿Ha caído Vd. en la cuenta de que el sentido de una misma frase puede variar según si nos dirigimos a una persona o a otra en una banal conversación? Por esta razón puede ser crucial para un intérprete saber hacia dónde dirige la mirada alguno de los participantes en una mesa redonda. Necesitamos ver, y no únicamente oír al orador, y no sólo cuando acompaña sus palabras con gráficos o imágenes proyectadas sobre una pantalla.

A menudo se hace hincapié en el hecho de que el traductor y el intérprete trabajan con materiales distintos: la palabra escrita o la oral, respectivamente. Pero en último análisis la más importante de las diferencias entre la traducción y la interpretación se sitúa en la dimensión temporal. La interpretación es una tarea que tiene lugar en directo, en medio de una situación viva, dinámica, que evoluciona ante nuestros ojos y tiene un resultado incierto. Cuando estamos interpretando, a las palabras y las frases que se van sucediendo en la dimensión "plana" del discurso estricto, se añaden todos los elementos que aporta la interacción directa, la inmediatez y la espontánea evolución de la comunicación entre los interlocutores.

Así pues oír bien es una condición necesaria pero no suficiente para nuestra labor y la primera característica que deben cumplir las cabinas de interpretación es la de estar correctamente situadas: en un lugar que permita tener visibilidad sobre la sala.

Recuerdo el caso de un edificio barcelonés dotado de salón de actos. Tenía una cabina de interpretación, pero estaba incomunicada visualmente; para mayor ironía, la cabina era adyacente a la sala: así, te encontrabas trabajando castigada de cara a la pared cuando habría bastado con abrir el hueco correspondiente y colocar un cristal. Qué lástima que el arquitecto de este edificio, recién estrenado por cierto, no hubiera consultado la norma ISO correspondiente a las cabinas de interpretación, que estipula las condiciones de visibilidad, así como de acceso, dimensiones, iluminación, ventilación, aislamiento acústico, etc. que deben cumplir.

Penetremos en este habitáculo: ¿qué encontraremos en él? Para empezar un tablero de trabajo y unas sillas, si todo va bien. Hay que precisar "si todo va bien" porque a veces te puede ocurrir que falte el indispensable asiento y haya que ir a toda prisa a pedir al organizador que lo traiga. Encima del tablero habrá unas botellas de agua, una lámpara, quizá dos, y algo indispensable: las consolas de interpretación, con los micrófonos y los auriculares como elementos más visibles.

Puede resultar obvio señalar que debe haber una consola por intérprete, dado que la situación más habitual es que no trabajemos solos. Sin embargo recuerdo una reunión en la que tuvimos la sorpresa de encontrar una sola consola en la cabina. ¿Era una medida de ahorro presupuestario propia de la época de los recortes? Al parecer alguien había pensado que, dado que los dos miembros del tándem se alternan para trabajar, bastaría con un sólo aparato provisto del correspondiente micrófono; por otra parte, cada intérprete podría escuchar los debates conectando sus auriculares en una de las dos entradas previstas a tal efecto a un lado y otro de la consola. Era una situación insólita que me permitió vivir una experiencia inédita para mí.

Mientras esperábamos que el responsable de la sala nos procurase la segunda e indispensable consola (dentro de todo éramos afortunados: era un día laborable), mi colega y yo tuvimos que hacer la primera parte de la jornada en estas curiosas condiciones de trabajo. Empecé yo y, acabado mi turno, cedí el micrófono a mi colega. No pasaron ni tres segundos cuando pegué un salto sobre  la silla: era porque ella había aumentado considerablemente el volumen de entrada para trabajar al nivel que le resultaba cómodo. A pesar de que era excesivo para mi gusto (suelo trabajar a un volumen moderado) no tuve más remedio que acomodarme porque tampoco era cuestión de quitarse los auriculares: seguir el transcurso de la reunión, aunque no estés al pie del cañón, es indispensable si no te quieres sentir perdido cuando te vuelva a tocar a ti.

Pero la situación más surrealista, con diferencia, a la que me he tenido que acomodar, por fuerza y con riesgo de mi salud física y mental, es la que viví con ocasión de una importante reunión internacional celebrada hace casi un año en el palacio de congresos de una capital catalana cuyo nombre no sería oportuno citar.

La conferencia era de las grandes, con varias reuniones que tenían lugar simultáneamente en diferentes salas del edificio. Aparte de las sesiones plenarias en el auditorio principal, la mayor parte de las reuniones que cubrí tenían lugar en una sala secundaria. Para llegar a las tres cabinas con las que estaba equipada, había que subir por un tramo de escaleras al que se accedía por una puerta situada junto a los lavabos correspondientes a esa ala del palacio. No habría sido necesario mencionar este detalle si no fuera por el hecho de que desde las cabinas, situadas exactamente encima de los servicios, oíamos constantemente el ruido de la gente que entraba y salía, tiraba la cadena o se secaba las manos con los ruidosos aparatos que escupen aire caliente a presión.

Pero lo peor no era eso. Después de todo, las idas y venidas de los participantes hacia el lavabo se concentraban en el rato inicial y final de cada sesión de trabajo. Nuestros peores quebraderos de cabeza a lo largo de todos los días que duró la conferencia fueron la disposición de las cabinas (las tres seguidas, separadas con tabiques y comunicadas entre sí por medio de puertas) y su falta de ventilación, una fatídica combinación de factores con numerosas consecuencias como a continuación vamos a poder apreciar.

Procurábamos dejar la puerta de acceso de abajo abierta para que nos llegara un poco de aire. Aunque ello conllevara que también nos llegasen los ruidos ya descritos procedentes de los servicios, esto siempre es mejor que la asfixia. Esta estrategia de supervivencia se completaba con un ingenioso juego de puertas, como en las mejores comedias teatrales.

Como hemos dicho, las tres cabinas estaban en fila, sin una entrada independiente. Los compañeros de la última cabina, por ejemplo, tenían que cruzar la primera y la segunda para llegar hasta la suya. Una vez allí procuraban no moverse de ella y así no molestar con idas y venidas al resto del equipo; trataban de no beber mucha agua para mantener la vejiga vacía tanto tiempo como fuera posible. Entre cabina y cabina, el aislamiento acústico era escaso si cerrábamos la puerta que las comunicaba, y nula si la manteníamos abierta con la sana intención de no morir asfixiados. Así pues, acordamos que la cabina inglesa -que tenía menos carga de trabajo- sería la del medio: cuando no tenían que interpretar, podrían mantener la segunda puerta abierta y evitar que los compañeros de la cabina del fondo se encontraran permanentemente enclaustrados.

Ante estas tribulaciones la visibilidad escasa parecía una dificultad menor. El cristal estaba demasiado elevado: sentados, veíamos tan sólo el techo de la sala; si queríamos ver la cara del orador no teníamos más remedio que levantarnos de la silla. ¡La famosa silla! Quizá el arquitecto no había pensado en ella...

Con estas líneas espero haber sabido explicar que si los intérpretes pedimos condiciones de trabajo correctas no es en absoluto por capricho sino porque queremos concentrar toda nuestra energía y tener los sentidos enfocados en nuestra tarea, en beneficio de los que nos están escuchando. Y acabaré diciendo que a pesar de todo, la interpretación de aquel congreso fue un éxito gracias al ingenio, la profesionalidad y el espíritu de equipo de los intérpretes, que no caímos en el desánimo ni el mal humor. Únicamente acabamos muy cansados.

Traducido del catalán por la autora

Saturday, September 5, 2015

Don’t fear what you don’t understand

By Guiomar Stampa, 
Intérprete de conferencia AIB


Esa frase, compartida en las redes sociales por muchos de mis amigos amantes de los tiburones, me ha hecho pensar en el inicio del curso en la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB, en la que algunos de los socios de AIB contribuimos a la formación de los jóvenes intérpretes.
Los estudiantes de la asignatura de Iniciación a la Interpretación de Conferencias  entran el primer día de clase al aula de interpretación con ilusión, con ganas de estrenarse en las cabinas de interpretación y, algunos de ellos, con mucho miedo.

Miedo a lo desconocido, a no estar a la altura, y es que el aula grande de interpretación con sus 24 cabinas en tres plantas impone y los profesores de interpretación, intérpretes profesionales a su vez, también.

¿Y qué mejor para ahuyentar el miedo que disiparlo con conocimiento?

Cuando sabes que los tiburones no te van a atacar porque nunca van a confundir a un buceador con comida (el neopreno les debe de oler fatal) te sumerges en aguas infestadas de tiburones a disfrutar del espectáculo.

Pero no sin haber aprendido antes todo lo que hay que aprender en un buen curso de submarinismo.

Pues bien, en la interpretación de conferencias sucede algo parecido.  Para entrar en una cabina de interpretación simultánea o enfrentarte a una jornada de consecutiva sin que te tiemble la voz, hay que pasar por un sinfín de horas de formación.

Y en ese primer curso de interpretación empezamos por todo aquello que permitirá que los estudiantes que lo deseen se pongan manos a la obra y afinen bien los oídos en su formación especializada de intérpretes de conferencia. Entrenamos los diferentes esfuerzos de la interpretación consecutiva.

La escucha
Todos sabemos oír, claro, pero ¿escuchar? Hoy en día estamos cada vez más habituados a procesar la información que recibimos por otro sentido, el de la vista.  Hay que entrenar el del oído para escuchar con mucha concentración.

El análisis
Analizar lo que dice otra persona, desgranar el grano de la paja y averiguar cuál es la intención de nuestro orador a partir de su realidad cultural y profesional requiere un entrenamiento largo y minucioso.

La memoria
Esa gran desconocida por descubrir.  Muchos estudiantes se acercan al final de esa primera clase muy serios a decir que ellos no tienen memoria, que no van a poder.  ¡Y vaya si pueden! Todo es cuestión de confiar en nuestras capacidades.  Tenemos una memoria a corto, medio y largo plazo prodigiosa, cada una en lo suyo.  Ahí están, esperando que descubramos todo su potencial.

La toma de notas
Una técnica que ayudará a dominar mejor los esfuerzos anteriores. Pero eso, una técnica de apoyo, ni más ni menos.

La producción de un discurso
Aquí ya entra en juego el pánico escénico.  Hay que hablar en público y eso da miedo de verdad, igual que los tiburones cuando no sabemos que no nos van a atacar.  Pero si hemos logrado que los estudiantes entiendan que pueden escuchar, analizar, recordar y que no se los va a comer nadie, llegarán al final del semestre con unas competencias que les permitirán decidir si han descubierto una profesión a la que dedicar mucho esfuerzo y mucha ilusión.

Sea como fuere, la formación en interpretación de conferencias nunca va a caer en saco roto.  Lo que uno aprende no sirve sólo para interpretar en una cabina.  Las destrezas de un intérprete tienen una gran utilidad en muchos ámbitos profesionales.

Ahora bien, enfrentarse a un orador que habla rápido, con acento, leyendo un texto que el intérprete no tiene en la cabina, eso sí que da miedo, incluso al más avezado.  A mí me da más miedo que los tiburones, desde luego.


Por eso hay que entender el oficio, aprender a ser intérprete y formarse con el máximo rigor.

Saturday, August 22, 2015

¡MENUDA CONFERENCIA! (No he entendido ni jota...)


Por Virginia Skrobisch, Intérprete de conferencia y coach, y Edwina Mumbrú, 
Intérprete de conferencia AIB

El público está expectante. Todo, desde el panel de eminentes oradores hasta las paredes cubiertas de carteles, pasando por los magníficos ramos de flores y las arregladísimas azafatas, deja presagiar que el evento no podrá ser más que un éxito. Por fin se abre la reunión.

Pero... ¿qué ocurre? ¿Cómo puede ser que de la boca del ganador del premio Nobel salga tal galimatías? Algunos asistentes aplauden a rabiar mientras que otros parecen estar totalmente desconcertados. A medida que la gente empieza a darse cuenta de que la sarta de incoherencias que les llegan a sus oídos por medio de los auriculares no son precisamente un fiel reflejo de las palabras del ilustre orador, las miradas se vuelven hacia el fondo de la sala donde un intérprete prosigue su labor impertérrito, elaborando su propia versión del discurso del eminente orador.

¿Cómo puede haber fracasado la reunión cuando la organización ha sido prácticamente perfecta? Esta pesadilla, lamentablemente demasiado frecuente en la práctica, pone de manifiesto que la baja calidad de la interpretación puede tergiversar por completo las actas de la reunión y mancillar de paso la reputación del organizador. Indirectamente, también sufre la imagen del país anfitrión y se resiente el prestigio de los oradores invitados, pero quienes de verdad salen perdiendo son los participantes de la conferencia.

Sin embargo, las reuniones internacionales son una realidad. Con la globalización, los negocios se hacen a escala mundial y, si bien el inglés se ha convertido de facto en la lingua franca, dando lugar, como es sabido, a una lengua universal que no es más que un mal inglés, las dotes lingüísticas de la gente pueden no estar siempre a la altura de determinadas circunstancias, tales como una reunión internacional, en las que es imprescindible entender todos los matices.

En esas circunstancias, es necesario un denominador común, una fuerza igualadora por la que los menos dotados puedan participar en pie de igualdad con los delegados más versados en idiomas. Cumpliendo una función de intermediario, un buen intérprete de conferencias capta y refleja los matices esenciales y permite una comprensión inmediata y una excelente comunicación, infalible prueba del éxito de una reunión.

¿En qué se diferencian un buen intérprete de conferencias del común de los políglotas? Quienes se desenvuelven en un idioma extranjero son la admiración de quienes se las ven y se las desean para pedir una cerveza y unas aceitunas en un país extranjero, pero no basta con hablar más de un idioma para interpretar. Hacen falta otras aptitudes para poder escuchar un idioma y hablar simultáneamente en otro. (Olvídese pues de poner a interpretar en el consejo de administración de su empresa a  aquel sobrino suyo que ha estudiado idiomas en el extranjero un par de años.)

La función del intérprete de conferencias consiste en oír y entender lo que está diciendo el orador, analizar esa información y transmitírsela al público en otro idioma. El secreto está en evitar una traducción literal sin dejar de transmitir el fondo del discurso, cosa que cobra especial importancia ante un orador poco claro o desorganizado. Para desentrañar el fondo de un discurso pronunciado a toda velocidad o sin orden ni concierto, el intérprete debe separar el trigo de la paja, buscar, entre la vorágine verbosa, la esencia de lo que el orador quiere decir y, a menudo, hacerlo muy rápidamente. Así, el estrés con el que se relaciona esta profesión se debe al elevado nivel de concentración necesario para poder hacer el trabajo.

Además de saber interpretar, el intérprete experimentado conoce las expresiones idiomáticas y coloquiales de todos sus idiomas de trabajo, así como la cultura de los países en los que se hablan. Las expresiones con el mismo significado son a veces muy distintas en cada idioma. Si se tradujera literalmente “God helps those who help themselves” (“Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos”) el público probablemente lo entendería, pero sería mucho más auténtico y contundente decir “A Dios rogando y con el mazo dando”. Sin embargo, una traducción literal del proverbio “a stitch in time saves nine” (“un punto a tiempo salva a nueve”) sin duda dejaría perplejo al público, mientras que “más vale prevenir que curar”, se entendería inmediatamente.

La terminología técnica constituye otra trampa. Los intérpretes de conferencias verdaderamente profesionales dedican muchas horas a familiarizarse con el tema y la terminología de las conferencias en las que trabajan, en las que se tratan los asuntos más variados, desde la extrusión del aluminio hasta la seguridad ferroviaria, pasando por toda la gama de temas médicos. Como en cualquier otra profesión, la experiencia no pasa inadvertida. Curiosamente, las entidades serias que hacen lo imposible por contratar a asesores externos con currículums vitae deslumbrantes no dudan en buscar una ganga cuando se trata de los intérpretes que deberán reflejar fielmente información de la que depende la imagen de la entidad en cuestión. Esa falta de preocupación por la calidad puede dar resultados desastrosos. Un ejemplo ilustrativo fue una prestigiosa reunión internacional sobre inseminación artificial en la que un intérprete desaprensivo tradujo “semen congelado” (“frozen semen”) por “marineros congelados” (“frozen seamen”).

Al igual que en las demás profesiones hay un proceso de aprendizaje, pero contratar a intérpretes bisoños que adquieren experiencia a costa del cliente puede costar caro. Cuando el tema de la conferencia es relativamente sencillo, un intérprete mediocre puede hacer un trabajo aceptable pero un buen intérprete profesional transmitirá de forma más clara y matizada las ideas de lo que podría hacerlo un intérprete con menos experiencia. Incluso cuando se trata de temas que en apariencia no son técnicos un intérprete malo puede meter la pata (como en el caso del que se refirió a “la Señorita van der Rohe” cuando se hablaba del arquitecto Mies van der Rohe) poniendo en evidencia su falta de cultura general que es algo que a ningún buen intérprete le debe faltar.

Si la interpretación es el canal indispensable para que el público pueda seguir la reunión y participar activamente en ella ¿por qué los organizadores intentan ahorrar hasta la última peseta cuando se trata de contratar a los profesionales de los que depende una comunicación fluida y la transmisión precisa del contenido de un discurso? Las cifras son sorprendentes. Según fuentes del sector* una cena de gala organizada para los cuatrocientos delegados de una conferencia tendría un coste de 32.000 Euros. Sólo la factura de las flores ascendería a 2.700 Euros. Sin olvidar el café matutino con bollos que, a un precio de 12 Euros por persona, alcanzaría la cantidad desorbitada de 4.800 Euros, es decir cinco veces más de lo que costaría contratar a dos intérpretes de conferencias profesionales un día entero.

Visto así, el coste de la interpretación representa un porcentaje desdeñable del gasto total. Sin embargo, aunque parezca mentira, esos mismos organizadores que se angustian para decidir el menú y se afanan cuidando hasta el último detalle de la reunión son los mismos que a menudo descuidan la elección de los intérpretes profesionales que son un elemento imprescindible para la buena marcha de la reunión.

Por un lado, el quererse ahorrar el coste de profesionales de primer orden refleja una falta general de conocimiento del trabajo que hace el intérprete. La formación de interpretación, ya sea formal (licenciaturas y postgrados, formación patrocinada por la UE) o informal (investigación de los temas que se tratarán en las reuniones) es un largo proceso que distingue a los auténticos profesionales de un submundo de aficionados que carecen de la técnica y la dedicación necesarias para la adquisición de una sólida experiencia. Los organizadores que se echan las manos a la cabeza horrorizados por el coste de la interpretación, no deberían perder de vista que, antes de la conferencia, el intérprete le dedicará varios días no remunerados a repasar viejos apuntes, sumergirse en documentos, e investigar el tema y familiarizarse con él y la terminología de la conferencia para poder transmitirles clara y precisamente lo que oiga nada menos que a expertos del campo de que se trate.

En general las organizaciones internacionales son conscientes de los peligros de la mala interpretación y optan sólo por profesionales experimentados. La ONU, el FMI, la Organización Mundial del Comercio y las instituciones de la UE (Comisión, Parlamento y Consejo Europeo), entre otras muchas, buscan a sus intérpretes, funcionarios o freelance, esencialmente en la cantera de la AIIC, la Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencias con sede en Ginebra, que reúne a 3.000 miembros en el mundo, de los cuales más de ochenta en España. Como para entrar en la AIIC, asociación que no sólo promueve la calidad de la interpretación sino también las condiciones que permitan alcanzarla, es necesario que la combinación lingüística de cada candidato reciba el aval de sus miembros, el listón de la asociación es alto, garantía de calidad ésta que se ve reforzada por el número mínimo de días de trabajo que se les exige a los candidatos a la AIIC.